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En su primer Mundial de fútbol sala Afganistán alcanzó los octavos de final. A pesar del la eliminación del equipo nacional, el hermano pequeño del deporte rey se abre paso y levanta el ánimo de los aficionados en un país en el que la gran pasión es el cricket.
“Estamos súperfelices, esto nos ayuda a tener un sueño” en un país arrasado luego de cuatro décadas de guerras, del poder talibán, del aislamiento mundial y consumido por la pobreza, se entusiasma Moustafa, de 21 años.
“Hemos entendido que nada era imposible y que si luchamos, podemos conseguirlo”, asegura a la AFP este amateur, que sueña con marcar algún día un gol en un torneo de la FIFA.
En este complejo deportivo del centro de Kabul, todas las mañanas los adeptos a esta variante del fútbol, que se juega en equipos de cinco jugadores, se citan en un terreno de 40 metros por 20, rodeado de muros y bajo la sombra de telas.
A mediados de septiembre, cambiaron el césped sintético por una pantalla para ver a su selección, en liza junto a otros 23 equipos nacionales en el Mundial.
Gritaron de felicidad cuando vieron como Afganistán ganaba a Angola. Mantuvieron las esperanzas durante la derrota de su selección contra Argentina, campeón del mundo en 2016, y comenzaron a preocuparse cuando Ucrania derrotó a sus jugadores rojiblancos en Uzbekistán.
El golpe final llegó el miércoles, cuando pese a haberse adelantado en el primer tiempo, Afganistán terminó perdiendo por 3-1 contra Paraguay.
“Cuando ves a tu equipo en la cima, con tu bandera y tu himno, eso te motiva a estar organizado y motivado para alcanzar tus objetivos”, asegura Moustafa.
Mientras que el mundo sigue sin reconocer todavía al gobierno talibán, el nuevo poder del país no reconoce ni la bandera ni el himno utilizados en competiciones internacionales.
Las instituciones del deporte mundial no han aceptado el cambio de gobierno y por tanto siguen elevando la bandera negra, verde y roja de la República Islámica, reemplazada en 2021 por el estandarte blanco y negro del Emirato Islámico en Kabul.
En cuanto al himno, a ojos de la lectura ultrarrigorista del Islam adoptada por los talibanes, es “pecado” escucharlo, pues la música está prohibida.
La vestimenta de los deportistas, hombres únicamente pues las mujeres tienen prohibida la entrada a salas de entrenamiento, también está controlada: deben estar cubiertos con ropa amplia y al menos desde el ombligo hasta debajo de la rodilla.
Mahboob Saïdi, que entrena al equipo de fútbol sala del complejo Tolo, en Kabul, ve el recorrido de la selección como “un logro histórico” y “un momento de gran orgullo para todos”.
Algo que, pese a todo, no hace olvidar a los deportistas de Afganistán las dificultades del día a día. En este país de 45 millones de habitantes, uno de los más pobres del mundo, las infraestructuras deportivas son escasas y en ocasiones están semidestruidas.
El cricket, más o menos, logra salir adelante gracias a patrocinadores privados que invierten en el deporte rey, pero los demás tienen que apañarse como pueden.
“Tenemos un gran talento en Afganistán, pero al no tener sedes o equipamiento deportivo, tenemos muchos problemas”, confirma Abdoulahad Roustamzada, que dirige el complejo deportivo Tolo.
“Hay jóvenes que no pueden pagar los gastos de inscripción, pero tratamos de ayudarlos lo mejor que podemos”, asegura este afgano de 37 años.
Problemas que incluso los jugadores del equipo nacional conocen: un tercio de los convocados viven y juegan en el vecino país de Irán, donde se entrenó la selección antes de viajar a Ouzbekistán. El resto, vive en Afganistán.
Pero todos tienen otros trabajos, en ocasiones profesiones difíciles, para alcanzar final de mes en un país en el que un tercio de los habitantes vive con pan y té.
“Tienen que mantener las necesidades de sus familias, no pueden concentrarse únicamente en los entrenamientos de fútbol”, asegura Moustafa.
“Alcanzar los octavos de final en esas condiciones, ya es algo enorme”, insiste Abdoulahad Roustamzada.
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